El día en el centro de estética había comenzado como cualquier otro: agenda llena, llamadas constantes y la cafetera funcionando a todo vapor. Laura, mi esposa y dueña del salón, ya estaba en su modo de batalla, moviéndose de un lado a otro con su agenda en mano.
A media mañana, cuando el estrés estaba en su punto más alto, llegó Doña Margarita, una clienta de toda la vida, con su energía desbordante y su humor inigualable. Había reservado su sesión de radiofrecuencia y, como siempre, traía una historia nueva para compartir.
—«¡Laura, hija! Hoy vengo lista para rejuvenecer… pero si ves que no hay remedio, me apuntas para la reencarnación.»
Laura apenas tuvo tiempo de reír porque justo en ese momento el teléfono comenzó a sonar, una proveedora apareció sin previo aviso y una clienta preguntaba desesperada por una cita de última hora. El caos habitual.
Pero lo mejor vino cuando, en plena sesión, Doña Margarita empezó a reírse sola. Laura, extrañada, le preguntó qué pasaba.
—«¡Es que me siento como un pollo en el asador! Nada más falta que me eches adobo y me metas al horno. ¿Esta radiofrecuencia no incluye una guarnición de papas?»
Laura soltó una carcajada. Y lo mejor es que la risa fue contagiosa. En cuestión de segundos, el estrés se esfumó y hasta la clienta que estaba esperando en recepción terminó riéndose sin siquiera saber por qué.
🔹 Moraleja: En medio del estrés, nunca subestimes el poder de una buena carcajada. A veces, la mejor terapia no es una sesión de radiofrecuencia, sino una clienta con buen humor.