En el centro de estética de Laura, estamos acostumbrados a historias de transformación, pero aquella tarde nos sorprendió un cliente poco habitual: don Roberto. Un hombre de manos gruesas, marcadas por años de trabajo en la construcción, que entró al salón con una mezcla de vergüenza y determinación.
—Mi hija me ha regalado un tratamiento de manos por el Día del Padre —dijo, mostrando su voucher como si fuera un papel mágico—. Al principio pensé que era una broma, pero ella insistió en que me lo merecía.
Laura le sonrió con esa calidez que tiene con los clientes más inseguros y lo hizo sentarse. Mientras le aplicaba un tratamiento hidratante y masajeaba sus manos cansadas, él comenzó a hablar de su historia. Años de esfuerzo, madrugadas frías, y cómo aquellas manos habían construido no solo edificios, sino también un hogar para su familia.
—Nunca pensé que esto fuera para mí —confesó—. Pero mi hija me dijo que yo también merezco cuidarme.
Cuando terminamos, miró sus manos como si fueran nuevas. No porque hubieran cambiado por arte de magia, sino porque, por primera vez, alguien le había recordado que también era importante.
Moraleja: A veces, los padres dedican su vida a cuidar de los demás y olvidan que ellos también necesitan ser atendidos. El Día del Padre es una oportunidad perfecta para recordarles que merecen un respiro, un mimo y un momento para ellos. En el mundo de la estética, no solo transformamos pieles, sino también corazones. 💙