La crema traviesa que desató las carcajadas

La crema traviesa que desató las carcajadas

Era un martes cualquiera, de esos que parecen lunes: cielo gris, agenda apretada y la sensación general de que el día iba a pedir paciencia extra. Laura, mi esposa y alma del centro de estética, ya lo notaba desde que encendió la cafetera. Las chicas del equipo iban a mil, cada una con su cliente, mientras ella intentaba calmar el ambiente con su voz suave y su clásica sonrisa zen.

A media mañana, llegó una clienta nueva. De esas que entran con el ceño fruncido y los ojos que lo escanean todo: las toallas, las uñas del personal, el sonido ambiente, los cuadros torcidos. No sabíamos si venía a un tratamiento o a hacer una auditoría. Clara, la más nueva del equipo, se ofreció para preparar la cabina. Siempre dispuesta, siempre dulce… y, digámoslo, con la cabeza un poco en las nubes.

Mientras preparaba los productos para un facial hidratante, agarró uno de esos botes grandes de crema que, a veces, parecen más resistentes que una caja fuerte. Lo intentó apretar con una mano. Luego con las dos. Nada. Se apoyó contra la camilla, resopló, y con toda su fuerza… ¡ZAS! El chorro de crema salió disparado como un misil y fue a parar directo al escote de Laura, que justo entraba acompañada de la clienta nueva.

El silencio que se hizo fue de los de película. Clara se quedó paralizada, Laura tenía la cara entre el susto y la resignación, y la clienta… rompió en una carcajada tan fuerte que hizo eco por todo el centro.

Esa risa fue mágica. En segundos, todo el estrés acumulado de la mañana se evaporó. Las otras cabinas se llenaron de risitas ahogadas. Laura, empapada pero riéndose ya también, hizo una broma sobre el nuevo «tratamiento antiestrés por impacto directo». Clara, aunque roja como un tomate, soltó una tímida sonrisa.

La clienta nueva terminó encantada. Resultó que era enfermera, y nos confesó que ella también tenía días así en el hospital. Se fue feliz, diciendo que nunca había vivido un ambiente tan auténtico y humano.

Desde ese día, la anécdota de la “crema asesina” se volvió legendaria entre nosotras. Clara pasó a llamarse cariñosamente “la artillera”, y hasta le hicimos un dibujo que ahora está colgado en el vestuario.

Lo que parecía un desastre terminó siendo uno de los momentos más memorables del mes. Una muestra clara de que, cuando el humor se cuela entre el estrés, puede hacer milagros.


💡 Moraleja

En un centro de estética, donde las emociones están siempre a flor de piel, una carcajada oportuna puede ser más potente que cualquier tratamiento. Porque al final, lo que más fideliza a una clienta… es cómo la hiciste sentir.

0 0 votos
Rating del Articulo
Suscribir
Notificar de
0 Comentarios
Más antiguo
El más nuevo Más votado
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios