Hay semanas que empiezan torcidas y parece que no hay forma de enderezarlas. En un centro de estética, los imprevistos son el pan de cada día: clientes que cancelan, productos que no llegan, compañeras que discuten, equipos que fallan. Pero también, de la forma más inesperada, pueden aparecer milagros pequeños. A veces vienen en forma de flores. O de palabras que acarician el alma.
Esta es la historia de una margarita que nos recordó que estamos haciendo algo más que “trabajar”
Era miércoles por la mañana, y ya desde el primer café la cosa no pintaba bien. A Laura se le había roto el vaporizador facial, el pedido de aceites esenciales venía con retraso y una de las chicas del equipo había llegado con mal ánimo, arrastrando una discusión de pareja que no podía disimular. En fin, uno de esos días que cualquier dueño de un centro conoce bien.
Yo me pasé por el salón a media mañana. Lo hago a menudo, para llevarle a Laura un café y, si puedo, un poco de apoyo silencioso. Ella no lo dice, pero yo sé leerle la cara. Esa mañana estaba desbordada.
Fue entonces cuando entró Clara.
Clara es una clienta fija, de esas que ya no necesitan agenda porque siempre aparece con una sonrisa y la frase “si tenés un huequito…”. Es viuda desde hace tres años, y aunque nunca lo ha dicho, todos sabemos que su cita semanal en el centro es su cable a tierra.
Se sentó como siempre, pidió su tratamiento de manos, y mientras le quitaban el esmalte anterior, sacó de su bolso un sobre pequeño. Lo puso sobre la mesa, frente a Laura, y dijo simplemente:
—Esto es para ti. No hay prisa, léelo cuando puedas.
Laura lo tomó sin entender mucho, lo dejó a un costado, y siguió trabajando. Un rato después, mientras tomaba un respiro en la trastienda, abrió el sobre.
Dentro, una nota escrita a mano:
«Querida Laura, hace un año vine por primera vez a tu centro. Venía rota. No sabía bien por qué me animaba a salir de casa, pero algo me trajo hasta aquí. Ese día no solo me arreglaste las uñas. Me hablaste con dulzura, me hiciste reír, y sin saberlo, me recordaste que la vida sigue. Gracias por ser parte de mi sanación. Hoy estoy mejor, y tú fuiste parte de eso.»
Y junto a la nota, una margarita prensada, de esas que se guardan entre las páginas de un libro.
Laura se quedó en silencio. Yo la miraba desde la puerta. Los ojos le brillaban, pero no lloró. Solo me miró y me dijo:
—Hoy necesitaba esto más que nunca.
Recomendaciones
- 💗 No subestimes el impacto emocional de tu trabajo. Como profesionales de la estética, tocamos más que piel: tocamos emociones.
- 📝 Fomenta espacios donde los clientes puedan dejar mensajes. Un “muro de gratitud”, una libreta visible en recepción, o incluso una urna con notas.
- 👂 Escucha activa: muchas veces el cliente no busca solo un tratamiento, sino un espacio donde ser escuchado sin juicio.
- 🎉 Comparte los momentos de gratitud con el equipo. Leer juntos una nota como la de Clara puede levantar el ánimo de todos.
Moraleja final
En los centros de estética no solo se trabaja con manos, sino con el corazón. Un gesto de gratitud puede restaurar la energía que se desgasta entre turnos, llamadas y tensiones. Y lo más hermoso: recordarnos que lo que hacemos tiene un valor mucho más profundo de lo que imaginamos.