Domingo a la mañana. Laura y yo estábamos sentados en la cocina, los dos despeinados, con las marcas del cansancio bien puestas y dos cafés con más intención que cafeína. El salón había tenido una semana intensa: doble jornada, clientas nuevas, otras que volvían con historias fuertes, risas, lágrimas, y ese agotamiento que no es solo físico, sino emocional. Entre sorbo y sorbo, sin decir mucho, nos miramos y entendimos lo mismo: qué privilegio es poder vivir todo esto juntos.
Desarrollo:
🧩 El desafío:
Compartir la vida y el trabajo puede ser un regalo o un campo minado, según cómo se lo mire. No es fácil que las conversaciones de pareja no se conviertan en reuniones de gestión, o que una diferencia de opinión sobre un proveedor no termine en una cena silenciosa.
🔧 La solución:
Lo que aprendimos en estos años es que hay que cuidar el nosotros. Más allá de los turnos, las cremas, las cuentas y las promociones. Reservamos espacios sagrados: el desayuno del domingo sin hablar del salón, los almuerzos del martes para caminar juntos, y el recordatorio (a veces pegado en la heladera) de que el amor no se agenda, pero se cultiva.
📋 Claves para equilibrar la vida compartida en estética:
Separar roles. En casa somos pareja. En el salón, somos equipo. Eso hay que recordarlo activamente.
Celebrar lo pequeño. Un mensaje de “gracias por hoy” al final del día puede sanar mucho.
Respetar silencios. No todo se habla al instante. A veces, descansar también es callar juntos.
Pedir perdón rápido. No hay lugar para orgullos largos cuando se trabaja y se vive con la misma persona.
Agradecer lo obvio. “Gracias por estar”, “gracias por no rendirte”… parecen frases comunes, pero sostienen.
💬 Reflexión final:
La belleza más profunda no está en la piel, ni en el brillo del rostro. Está en la vida compartida. En los gestos simples. En acompañarse cuando la cabina pesa, cuando el cuerpo no da más, cuando la última clienta se va y solo quedamos nosotros… con nuestras ojeras, nuestro café, y nuestro amor que sigue creciendo.