Últimamente, había notado que Laura pasaba más tiempo del habitual con el móvil por las noches. Pero no estaba viendo series ni cotilleando en redes sociales. La conocía demasiado bien. Tenía el ceño fruncido y esa mirada de concentración que pone cuando algo le preocupa. Al acercarme, vi que navegaba por perfiles de otros centros de estética. «Mira esto, J.», me dijo, mostrándome un tratamiento con un nombre rimbombante y un aparato que parecía sacado de una película de ciencia ficción. «No paran de salir cosas nuevas. Siento que me estoy quedando atrás».
La frustración en su voz era palpable. «Justo cuando creo que ya lo controlo todo, aparece una técnica revolucionaria o un producto milagroso. Es agotador y, sinceramente, no sé si puedo permitirme otro curso más. ¿Realmente vale la pena?». Entendí su dilema perfectamente. Es una sensación de correr en una cinta que no para de acelerar. El miedo a volverse obsoleta luchaba contra el cansancio y el coste que implicaba seguir formándose.
Le propuse que dejara el móvil y que habláramos. En lugar de verlo como una carrera interminable, lo enfocamos de otra manera. Le recordé la inversión que hizo hace dos años en aquel curso avanzado de maderoterapia. Al principio, le pareció un gasto enorme. Sin embargo, revisamos los números: los clientes que había ganado gracias a ese nuevo servicio, cómo le había permitido crear bonos exclusivos y, lo más importante, cómo se iluminaba su cara cuando una clienta le decía que los resultados eran espectaculares. Su confianza se había disparado.
«No es un gasto, Laura», le dije. «Es una inversión en la herramienta más importante de este negocio: tú». Le sugerí que, en lugar de agobiarse por todo lo nuevo que salía, eligiéramos juntos una formación estratégica al año. Algo que no solo le apasionara, sino que también respondiera a una necesidad real de sus clientas. La formación continua no se trata de coleccionar diplomas, sino de afilar tus habilidades, renovar tu pasión y ofrecer un valor que te diferencie del resto.
Moraleja: En el mundo de la estética, quedarse quieto es, en realidad, retroceder. La formación no es una obligación, es el motor que impulsa tu carrera, te mantiene relevante y, sobre todo, te recuerda por qué te apasiona tu trabajo. Es la mejor inversión para garantizar que tu negocio no solo sobreviva, sino que brille con luz propia.