Laura llevaba semanas diciéndolo:
—“Tengo que ponerme al día con lo del microneedling, ese nuevo protocolo de Corea y ahora también lo del drenaje japonés… ¡y no sé por dónde empezar!”
Y eso, dicho por alguien que vive con una pila de apuntes en la mesa de noche, es señal de tormenta. La notaba ansiosa, saltando de una historia de Instagram a otra, comparando técnicas, viendo vídeos, anotando palabras raras que ni siquiera estaban en español. Todo entre cita y cita, con la cabeza más saturada que el buscador de Google.
Un día se cruzó con una clienta joven, recién llegada de Madrid, que le soltó:
—“¿Ustedes aquí hacen maderoterapia detox glútea combinada con bioestimulador capilar?”
Laura se le quedó mirando y, por primera vez en años, no supo qué responder.
Volvió a casa con el ceño fruncido y la sensación de haber fallado. No por no saber hacerlo, sino por sentir que se estaba quedando atrás.
Me senté con ella y le dije lo que necesitaba escuchar:
—“Tú no tienes que saberlo todo. Solo tienes que saber bien lo que haces, y hacerlo con amor. La novedad no siempre es calidad.”
Esa noche, hicimos una lista. No de cursos por hacer, sino de todo lo que ya sabe hacer con excelencia. ¿El resultado? Tenía más de lo que pensaba.
Luego anotó solo dos cosas nuevas que realmente le entusiasmaban y encajaban con su estilo de trabajo. Y puso fecha para formarse en ellas. Una cosa a la vez. Sin presión. Sin correr.
💡 Reflexión final
Las tendencias van y vienen. Lo que permanece es la vocación y el amor con el que atiendes a cada persona. No tienes que correr detrás de cada moda para ser una gran profesional. A veces, basta con elegir bien en qué crecer y darle tu toque único.