Domingo con esmalte y croquetas

Domingo con esmalte y croquetas

Aquel domingo Laura se despertó tarde, lo cual ya era todo un logro. No tenía citas pendientes, ni pedidos que revisar, ni formaciones online a la vista. Solo un día entero por delante… y la promesa de algo simple pero esencial: pasar tiempo con los suyos.

Desde que abrió el centro, los fines de semana se habían vuelto una extensión del trabajo. Unas veces por eventos, otras por organización de la semana, o simplemente por inercia.
Yo ya me había acostumbrado a verla con el portátil encima de las piernas mientras veíamos una película. Y ella, a revisar el stock de ampollas mientras cocinaba.

Pero esa mañana algo cambió.
—“Hoy no hay estética. Hoy hay croquetas, uñas y sofá”, dijo. Y me miró como si necesitara que le confirmara que estaba bien hacer eso. Que tenía permiso.

Y lo tenía, claro. Más que permiso: lo necesitábamos todos.

Encendimos la cafetera, pusimos música de fondo y dejamos que el día se acomodara solo. Nuestra hija pequeña trajo sus esmaltes infantiles y pidió que le pintaran las uñas como mamá lo hace con las clientas. Laura aceptó encantada, pero con una condición:
—“Hoy no hay prisas. Si te mueves, te lo dejo torcido y se queda así.”

Pintaron, rieron, se mancharon hasta la nariz. Luego bajamos al parque, compramos pan, hicimos croquetas caseras (mal hechas, pero nuestras) y terminamos el día con una peli de dibujos y una manta.

¿Y sabes qué pasó? Que al final del día, Laura no estaba más cansada. Estaba más tranquila. Como si, por primera vez en semanas, el reloj no le apretara las muñecas.

Por la noche, mientras recogíamos la cocina, me dijo:
—“No sé cómo he tardado tanto en entender que si no me reservo tiempo para mí y para vosotros, el centro también lo acaba pagando. Porque llego agotada, irritable, desconectada…”

Y tenía razón. El centro no se cae si no respondes correos un domingo. Pero lo que sí se resiente es la familia si te ausentas emocionalmente, aunque estés físicamente en casa.

Desde entonces, los domingos son sagrados. No todos perfectos, claro. A veces hay algo urgente, a veces se tuerce el plan. Pero lo que no vuelve a faltar es la intención de parar.


✨ Moraleja:

Dedicar tiempo a tu familia no es restarle energía a tu trabajo. Es recargarla. Porque cuando el corazón está bien cuidado, las manos trabajan mejor. Y en estética, eso se nota.


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