San Valentín es un caos en el centro de estética. Mi pareja no ha parado en todo el día, y yo apenas logro hablar con ella entre citas.
Pero cuando finalmente me llama, está riéndose tanto que apenas puede hablar.
— No te imaginas lo que acaba de pasar.
Resulta que, en medio de la locura, llega un chico joven, claramente nervioso. Se le nota en la mirada, en la manera en que juega con las llaves en la mano.
— Necesito una depilación íntima… hoy.
Hasta ahí, nada raro. Es San Valentín, después de todo. Pero mi pareja nota algo extraño.
— ¿Te has depilado antes?
— No. Pero mi novia me dijo que sería un buen detalle…
Mi pareja, como profesional, le explica que la piel puede quedar sensible si nunca lo ha hecho antes, que quizás debería hacerlo con más tiempo, que hay cremas post-depilación…
Pero el chico no escucha.
— No importa, lo haré. Lo importante es sorprenderla.
Así que empieza el procedimiento. Todo va bien, hasta que llega el primer tirón.
Silencio.
El chico aprieta los dientes, exhala fuerte y se levanta de golpe.
— ¿Sabes qué? Mejor le regalo flores.
Y se va.
Sin terminar la depilación.
Con una sola franja completamente libre de vello… y el resto intacto.
Mi pareja me cuenta la historia entre carcajadas.
— No sé si va a arrepentirse más por la decisión o por el diseño asimétrico que lleva ahora.
Yo solo puedo responderle:
— Ojalá su novia no sea diseñadora gráfica, porque va a notar el desequilibrio.
Y así termina otra historia de San Valentín en el mundo de la estética.