El Día que Me Convertí en el “Asistente de Emergencia”

El Día que Me Convertí en el “Asistente de Emergencia”

Uno pensaría que ser el marido de la esteticista significa disfrutar de masajes gratis y tratamientos relajantes. Pero déjame contarte la vez que terminé siendo el asistente improvisado en el centro de estética de Laura… y cómo eso me dio una perspectiva completamente nueva del negocio.

El Desafío:
Era un sábado por la mañana, y yo estaba en casa disfrutando de un café cuando sonó el teléfono. Era Laura, con ese tono que mezcla calma y urgencia:
—“Amor, ¿puedes venir al salón? Se enfermó Sofía y tengo la sala llena de clientas esperando.”

En menos de 10 minutos, estaba allí, con la camiseta mal puesta y cero idea de lo que me esperaba. Mi tarea parecía simple: recibir a las clientas y llevar la agenda al día. Fácil, ¿no? Spoiler alert: NO lo fue.

La primera clienta que entró, Marta, me miró con cara de “¿Y este quién es?”. Le sonreí y le ofrecí agua, pero cuando intenté confirmar su tratamiento, me lancé con una frase que nunca olvidaré:
—“¿Venías por… ese masaje que te relaja la espalda o el que… eh… te hace la piel suave?”

La expresión de Marta fue oro puro. Me corrigió con paciencia, pero yo ya estaba sudando como si me hubiera hecho una sesión de cavitación.

La Solución:
Laura, entre un tratamiento y otro, me dio dos consejos rápidos:

  1. Confianza, aunque no sepas nada: No mostrar nervios. Aunque no entendiera la diferencia entre un peeling y una limpieza facial profunda, actuar como si supiera tranquilizó a las clientas.
  2. Escuchar más, hablar menos: Descubrí que las clientas estaban más que dispuestas a contarme qué necesitaban. Solo debía prestar atención y no intentar improvisar términos de estética.

Después de unas cuantas metidas de pata y muchas risas compartidas, las clientas empezaron a relajarme a . Al final del día, no solo sobreviví, sino que terminé disfrutando la experiencia.

Recomendaciones:
Para quienes tienen pareja en este mundo de la estética, aquí van algunos consejos:

  • Conoce lo básico del negocio: No necesitas ser experto, pero saber diferenciar un tratamiento facial de uno corporal te puede salvar de pasar vergüenzas.
  • La actitud lo es todo: A veces, una sonrisa y un poco de humor desarman cualquier situación incómoda.
  • Valora el trabajo detrás del mostrador: Estar del otro lado me hizo entender el esfuerzo que hay en cada detalle del salón.

Moraleja:
Ese día entendí que el centro de estética no solo trata de cremas y aparatología; es un mundo de detalles, gestión y, sobre todo, de saber conectar con las personas. Desde entonces, respeto aún más la magia que Laura y su equipo hacen cada día.

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