Era martes por la mañana y Laura estaba preparando la cabina 2 para una higiene facial. Como casi siempre, había llegado media hora antes de abrir para dejarlo todo listo: vapor ozono, extracción, ampolla calmante, y una mascarilla que había traído de una marca nueva. Todo impecable.
Entonces entró Sonia, la esteticista más veterana del equipo. Llevaba casi diez años en el sector y, desde que Laura abrió el centro, la había contratado con admiración y respeto. Pero ese día, algo en su tono no cuadraba.
—“¿Vas a usar ese exfoliante con la clienta de las 10?”, preguntó sin saludar, mientras se cruzaba de brazos.
—“Sí, lo he estado probando en pieles sensibles y va genial. Es enzimático, no agresivo, y deja la piel súper preparada para la extracción”, respondió Laura, con su tono habitual, sin confrontar.
—“Pues yo no lo veo nada profesional. Para mí, eso es como echarle agua con azúcar. Vamos, tú verás, pero si quieres que la clienta repita…”, soltó Sonia con una media sonrisa que no era precisamente amable.
Laura se quedó callada un segundo. No porque no tuviera nada que decir, sino porque sabía que si hablaba en caliente, no acabaría bien. Así que solo asintió y siguió preparando la camilla. Pero por dentro, le dolió. No por la crítica técnica en sí —que podría tener su parte de debate— sino por la forma, el momento y el tono.
Terminó el tratamiento sin decir nada más, pero se le notaba la incomodidad en los gestos. Me lo contó luego, mientras comíamos en casa, como quien desahoga una espinita clavada.
—“¿Sabes qué es lo peor?”, me dijo. “Que cuando la crítica viene de una compañera, y encima con experiencia, te hace dudar más que si viniera de una clienta. Me dejó tocada todo el día.”
Ahí fue cuando le recordé algo que hemos ido aprendiendo los dos con los años, en este pequeño laboratorio emocional que es un centro de estética:
👉 No toda crítica es constructiva, aunque venga disfrazada de “consejo profesional”.
👉 Hay formas y momentos. Corregir en privado y con respeto no solo es más eficaz: es más humano.
👉 Y lo más importante: una crítica no invalida todo lo que haces bien. No puedes dejar que un comentario desarme tu confianza.
Al día siguiente, Laura se acercó a Sonia y le dijo con calma:
—“Sé que tu intención era darme un consejo. Lo valoro. Pero la forma me hizo sentir juzgada delante del equipo. Si ves algo que se puede mejorar, me encantaría que me lo dijeras en otro momento, con un café, como colegas.”
Sonia se quedó en silencio un segundo. No se lo esperaba. Bajó el tono, incluso pidió disculpas. Y desde entonces, aunque siguen teniendo opiniones distintas, se tratan con mucho más cuidado.
✨ Moraleja:
En un centro de estética, como en la vida, no es lo que se dice, sino cómo y cuándo se dice. Aprender a proteger tu autoestima sin dejar de escuchar es un arte. Y poner límites con respeto es una forma de quererse y hacer que el equipo funcione mejor.