Eran las dos y diez de la tarde. En teoría, el centro ya estaba cerrado. En teoría.
Laura seguía dentro, repasando la agenda del día siguiente, preparando los kits para las limpiezas faciales y esperando un paquete de productos que no llegaba nunca. Una clienta le había pedido una crema que se agotó justo esa semana, y Laura no quería fallarle.
Yo pasé a recogerla para comer juntos. Entré, y la encontré con el móvil en una mano, el albarán en la otra, y la frente arrugada como si resolviera un puzle de mil piezas.
—“¿Todavía aquí?”
—“Sí… estoy cerrando todo antes de irme. Pero el mensajero no llega y me falta revisar la cita de Carmen, que me pidió una combinación especial con radiofrecuencia, y…”
—“¿Y no puede hacerlo alguien del equipo?”, pregunté con calma.
Silencio. Se quedó pensativa. Como si la pregunta le sonara a idioma extranjero.
—“No sé… ya sabes cómo soy. Me gusta tenerlo todo controlado.”
Y ahí estaba la trampa. Ese me gusta tenerlo todo controlado era justo lo que más estrés le estaba generando. Porque no era sólo ese día: llevaba semanas así. Corriendo, asumiendo tareas que ya no le correspondían. Desde atender proveedores hasta reorganizar turnos, pasando por lavar las toallas cuando la chica de limpieza faltaba.
—“Laura, delegar no es perder el control. Es confiar. Tú tienes un equipo. Y si no puedes confiar en ellas, entonces no tienes un equipo, tienes carga.”
Se lo dije sin reproche, con cariño, porque sé cómo es. Porque sé que le cuesta. Pero también sé lo mucho que se le notaba el cansancio.
Al día siguiente, habló con Sandra, la encargada de cabina, y le pidió que se ocupara del seguimiento de agendas especiales. Habló también con el repartidor y redirigió los pedidos a casa cuando fueran productos no urgentes. Y dejó una hoja con tareas semanales bien claras para cada una.
Fue un cambio pequeño… pero marcó un antes y un después.
A la semana, llegó a casa y me dijo, medio sorprendida:
—“¿Te puedes creer que hoy me tomé un café sentada en la cocina del centro mientras las chicas preparaban las cabinas?”
Y luego sonrió. No una sonrisa de cansancio, sino de alivio.
✨ Moraleja:
Delegar no es dejar de hacer. Es aprender a soltar lo que no necesitas cargar. Un centro de estética no se levanta sola… ni con una sola persona que lo quiera abarcar todo. El verdadero liderazgo está en saber en quién confiar y en permitirte respirar.