Viernes, 18:45. En el centro se respiraba ese ambiente que mezcla cansancio con olor a aceites esenciales y ganas de recoger. Laura ya había tenido un día largo: tres limpiezas faciales, una radiofrecuencia y varias depilaciones. Solo le quedaba una última cita: diseño de cejas.
—“Nada, 20 minutitos y a casa”, me dijo antes de entrar a cabina. Ilusa.
Cuando la clienta llegó, ya se notaba que no venía con el día bueno. Entró sin saludar apenas, dejó el bolso con un golpe seco sobre la silla y se sentó con los brazos cruzados. Laura, como siempre, intentó romper el hielo:
—“¿Te las hacemos igual que la última vez?”
—“Me atendió otra chica. Tú hazlas bien, por favor”, respondió, seca.
Desde el primer trazo, todo fue tensión. La clienta se miraba en el espejo constantemente.
—“¿Estás segura de que están iguales?”,
—“Creo que antes me las dejaban más arqueadas”,
—“¿No están quedando demasiado finas?”
Laura mantenía la calma, pero cada pregunta era como un pinchazo. Cuando terminó, se lo dijo con su mejor sonrisa:
—“Listo. He respetado la forma natural, y he marcado un poco más el arco para realzar la expresión.”
La clienta se miró largo rato en el espejo. Frunció el ceño.
—“No es lo que esperaba. La próxima vez pediré con otra persona, gracias.”
Y se marchó.
Laura se quedó congelada. Guardó las pinzas, desinfectó la camilla en silencio, y al cerrar la puerta, se apoyó un segundo en la pared. Respiró hondo.
—“De verdad… esto agota el alma”, me dijo cuando salimos.
Esa noche, en casa, nos sentamos en la cocina. Le preparé una tila, de esas que siempre tiene a mano en el cajón. Hablamos de lo que nadie enseña en la formación: cómo encajar críticas sin que te atraviesen el ánimo.
Le dije lo que he aprendido viéndola a lo largo de los años:
Que no todas las críticas son sobre el trabajo. Muchas veces, la gente llega cargada de su día, de su pareja, de su propio reflejo en el espejo.
Que cuando una clienta está mal, da igual lo perfectas que estén las cejas: buscará un fallo donde no lo hay.
Y que si hay algo que mejorar, se mejora, claro. Pero sin machacarse. Sin llevarse la crítica a casa como si fuera verdad absoluta.
—“¿Y si de verdad no le ha gustado?”, me preguntó.
—“Entonces ha tenido el derecho a decirlo. Pero tú también tienes derecho a sentirte bien con tu trabajo.”
Laura suspiró. Se quedó un momento en silencio. Luego sonrió un poco, esa sonrisa que le sale cuando ya ha pasado la tormenta.
—“Creo que más que las cejas, lo que tenía torcida era la energía.”
Y así es. A veces, el diseño estaba perfecto, pero el día —o la persona— no lo estaba. Y no pasa nada.
✨ Moraleja:
Trabajar en estética no es solo dominar la técnica. Es gestionar emociones ajenas y propias. Saber cuándo una crítica es una oportunidad y cuándo es solo ruido. Y, sobre todo, no dejar que una mala experiencia borre todo lo bueno que haces cada día.