Era uno de esos miércoles apretados: cinco faciales, tres masajes, un drenaje linfático que se había alargado y una clienta que llegaba tarde. Laura iba de una cabina a otra como equilibrista de circo, y yo, desde recepción, ya sabía que el día pintaba para estresante. Pero entonces, entró ella: Sandra, una clienta nueva, con paso lento y sonrisa amplia. Y sin saberlo… le dio a Laura una lección que ninguno de nosotros esperaba.
Desarrollo:
🧩 El desafío:
Sandra venía por un tratamiento facial relajante, pero al entrar en cabina notó a Laura con el ceño fruncido. “¿Todo bien?”, preguntó. Y Laura, entre profesional y agotada, respondió: “Sí, solo un poco agitada, disculpá la demora”. Fue entonces cuando Sandra, sin dudarlo, le dijo: “Respirá profundo conmigo antes de empezar. Así las dos disfrutamos”.
Laura me contó después que en ese momento, sintió que el tiempo se detenía.
🔧 La solución:
Se tomaron un minuto. Respiraron juntas, con los ojos cerrados. Inspirar. Exhalar. Sin palabras. Y lo que siguió fue una sesión distinta. Más lenta, más consciente. Más humana. Sandra no era solo una clienta; era alguien que entendía que el cuidado va en ambas direcciones.
📋 Recomendaciones para aplicar en el salón:
- Permitite respirar. Literalmente. Hacé pausas entre servicios, aunque sean de un minuto.
- Abrite a aprender del cliente. No siempre somos nosotros los que enseñamos.
- Transformá el estrés en conciencia. Un momento de atención plena puede cambiar todo el ritmo del día.
- Registrá estos momentos. Llevá un diario del salón para anotar esas pequeñas joyas de aprendizaje.
💬 Reflexión final:
En los centros de estética, los tratamientos van más allá de lo físico. A veces, los clientes vienen a sanar… y terminan sanando también a quienes los atienden. La belleza de este trabajo está en esos intercambios invisibles que nos transforman sin darnos cuenta. A veces, lo más profesional que podés hacer… es parar y respirar.