Reflexión: el aprendizaje constante en la vida de una esteticista

Reflexión: el aprendizaje constante en la vida de una esteticista

La vida de una esteticista no se aprende solo en una academia. Tampoco se termina de aprender nunca.
Lo veo todos los días en Laura. No importa cuántos años lleve trabajando en su centro, siempre está mirando videos, probando técnicas, preguntando, equivocándose, volviendo a empezar. Porque en esta profesión, como en la vida, el que deja de aprender… se apaga.

Y no hablo solo de aprender nuevas técnicas de drenaje linfático o de cómo aplicar un peeling de última generación. Hablo del otro aprendizaje, el invisible: el de lidiar con personas, el de escuchar sin absorber, el de poner límites sin dejar de ser amable.


🧭 Desarrollo

1. Aprender a leer silencios

No todas las clientas hablan. Algunas vienen con palabras, otras con miradas caídas, con cuerpos tensos, con silencios largos.
Laura me contó que con los años aprendió a identificar cuándo una clienta necesitaba más tiempo, cuándo era mejor no hablar, o cuándo el masaje era solo una excusa para desahogarse.

Ese tipo de sensibilidad no se enseña en cursos. Se aprende viviendo.

2. Aprender a equivocarse (y pedir disculpas)

Hace poco, Laura se confundió con una ficha y usó un producto que una clienta había indicado no tolerar. Afortunadamente no pasó nada grave. Pero cuando se dio cuenta, me dijo:
—»No sabés lo feo que es darte cuenta de que fallaste en algo tan simple…»
Esa noche, preparó un kit con productos calmantes y le escribió una nota a la clienta pidiendo disculpas.

El error no la hizo menos profesional. La forma en que lo gestionó, la hizo más humana.

3. Aprender a soltar lo que no se puede controlar

Una vez, una clienta se fue enojada. No por el servicio, sino porque venía arrastrando mal humor desde su casa. Laura lo sintió, y le afectó todo el día. Hasta que entendió algo que repite ahora como mantra:

—»No todo lo que pasa en la camilla tiene que ver conmigo.»

Aprender a separar lo personal de lo profesional es un aprendizaje de todos los días.

4. Aprender a disfrutar también del proceso

En una industria donde todo corre, donde siempre hay una técnica nueva y redes que muestran perfección constante, Laura aprendió a bajar un cambio.
A disfrutar más del contacto, del cambio sutil que ocurre en una clienta que se relaja, de los silencios que dicen gracias sin hablar.

A veces, lo más moderno que podemos hacer… es volver a lo esencial.


💬 Moraleja final

El verdadero diploma de una esteticista no está en un marco colgado en la pared. Está en su capacidad de seguir aprendiendo todos los días, incluso cuando nadie la ve.
Aprender no es acumular técnicas. Es crecer como persona mientras cuidás a otras.

Y esa, sin duda, es la lección más valiosa de todas.

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