Relatos sobre cómo el trabajo en estética afecta la vida familiar

Relatos sobre cómo el trabajo en estética afecta la vida familiar

Si alguien nos hubiera advertido todo lo que significaría abrir un centro de estética, quizás hubiéramos pensado dos veces antes de lanzarnos… o tal vez no. Porque la ilusión puede más que cualquier advertencia. Lo que nunca imaginamos —o al menos, no tan claro— fue cómo el trabajo afectaría nuestra vida familiar.

Recuerdo las primeras semanas: cenas interrumpidas por mensajes de clientas que querían “sólo hacer una consulta rápida”, domingos en los que Laura preparaba tratamientos especiales para la semana en lugar de salir a caminar juntos, y esas noches en que ella se quedaba mirando fijamente el techo, pensando en cómo llenar el jueves que aún tenía horas libres.

Al principio, era fácil justificarlo: «es el esfuerzo inicial», «es sólo ahora que estamos arrancando». Pero pronto nos dimos cuenta de que, si no poníamos límites, el centro de estética empezaría a ocupar cada rincón de nuestra casa, de nuestra mesa y hasta de nuestras conversaciones.

Hubo momentos en los que la tensión se sentía: planes familiares cancelados porque surgió un “último turno” imposible de rechazar, celebraciones familiares a las que Laura llegaba agotada, sonriendo por fuera pero con la cabeza aún en el centro. La pasión que sentía por su trabajo era hermosa, sí, pero también invasiva si no sabíamos controlarla.

Un día cualquiera, después de varios roces silenciosos, decidimos sentarnos en el sofá —sin móviles, sin prisas— y hablar. Pusimos sobre la mesa todo: la emoción, el orgullo, pero también el cansancio y la sensación de estar perdiendo momentos que no volverían.

Ese día establecimos algunas reglas sencillas que nos salvaron:

  • Después de las 20:00 horas, el teléfono de trabajo se apaga.
  • Los domingos son sagrados: no hay tratamientos, no hay consultas. Solo nosotros y lo que nos haga felices.
  • Cada pequeño logro del centro también se celebra en familia, para que sea motivo de unión y no de distancia.
  • Y lo más importante: entendimos que no pasa nada por decir «no» de vez en cuando.

El centro siguió creciendo, sí. Pero Laura también aprendió a delegar, a calendarizar mejor, a valorar su tiempo personal tanto como el profesional. Nuestra vida familiar, lejos de resentirse, empezó a fortalecerse. Porque ahora cada abrazo, cada conversación sin interrupciones, cada paseo de domingo se sentía como un triunfo doble: el de mantener viva la pasión por la estética sin apagar la llama de nuestra familia.

Por supuesto, no todo es perfecto. Hay semanas más intensas, lanzamientos de nuevos tratamientos que demandan atención extra, clientas que insisten a última hora. Pero ahora sabemos que nuestra familia no es un estorbo para el éxito: es su combustible.


Recomendaciones para quien trabaja en estética:

  • Pon límites de horario y respétalos como respetas un turno con una clienta.
  • Planifica tiempo de calidad en familia con la misma importancia que planificas un evento en tu centro.
  • Comparte tus éxitos, pero también tus preocupaciones, para que el entorno familiar no se sienta excluido.
  • Recuerda que tu vida personal es el primer pilar de tu bienestar profesional.

💬 Moraleja:
«En estética, cuidar a las clientas es importante, pero cuidar a quienes nos esperan en casa es esencial para seguir adelante con verdadera plenitud.»

La belleza real también se construye en el hogar.

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