El despertador suena a las 6:30 a. m. como todos los días. Yo me doy la vuelta en la cama, con la esperanza de robarme cinco minutos más, pero ella ya está de pie. Hoy es un día especial: San Valentín.
Mientras yo aún lucho por despertarme, ella ya está revisando su agenda en el móvil. Sé lo que está viendo: un calendario saturado de citas. Depilación, limpieza facial, uñas, masajes… San Valentín es como el Black Friday de la estética.
— ¿Al menos desayunamos juntos? — pregunto con voz de sueño.
Ella sonríe, me da un beso rápido y dice:
— Café para llevar. Hoy no hay tiempo.
Y así empieza el día. Mientras ella se prepara para salir, yo me encargo del desayuno exprés. Un café cargado para ella, algo de fruta y una tostada que probablemente comerá de camino a la estética.
El resto del día es un torbellino. Apenas nos escribimos un par de mensajes entre citas y clientes apurados. Un hombre desesperado porque olvidó reservar un facial para su esposa, una chica que decidió hacerse un cambio de look radical antes de su cita, y el clásico cliente que llega tarde y espera que lo atiendan igual.
Cuando por fin cierra el centro, son casi las 9 de la noche. Yo ya tengo lista nuestra cena en casa. Nada demasiado elaborado, pero suficiente para un momento juntos: una pasta con vino y una vela en la mesa.
— Lo siento, estoy muerta — dice ella dejando caer su bolso.
— Lo sé, pero hoy es San Valentín, y tengo una sorpresa.
Ella me mira con curiosidad mientras saco una caja pequeña. No es un anillo (aunque ya he considerado esa idea), sino un vale que dice: «Un masaje de 30 minutos, válido hasta que te duermas»
Sonríe, se acerca y me abraza.
— Eres el mejor.
San Valentín no siempre significa cenas elegantes o regalos caros. A veces, es solo entender lo agotador que puede ser su día y estar ahí para hacer que termine mejor.
Y eso es suficiente para los dos. Cuéntanos en los comentarios tu dia!!