Si hay algo que San Valentín y el fin del mundo tienen en común, es el nivel de caos que se vive en un centro de estética.
Mi pareja lleva días preparándose: agenda llena, productos listos, personal organizado. Todo planeado al milímetro. Hasta que llegan los clientes… y con ellos, el desastre.
10:00 a. m. – Primera cancelación.
«Perdón, olvidé que hoy tenía la cita. ¿Puedo ir en la tarde?»
11:30 a. m. – Doble reserva accidental.
Dos clientes llegan al mismo tiempo, convencidos de que la camilla es para ellos. Uno de ellos no tiene cita registrada. Pero insiste.
2:00 p. m. – El clásico ‘puedes atenderme rapidito’
Una chica entra sin cita, con cara de urgencia.
— Es que tengo una cena romántica hoy. Solo quiero uñas, cejas, depilación y un facial. Algo rápido.
Mi pareja sonríe con profesionalismo, pero en su mente ya está gritando.
5:00 p. m. – El drama del novio despistado.
Llama un chico angustiado.
— ¡Necesito un turno urgente! Mi novia espera que llegue impecable y no hice nada.
Cuando le dicen que no hay espacio, su respuesta es legendaria:
— ¡Pero es una emergencia! ¡Si no me ven hoy, paso San Valentín solo!
8:00 p. m. – Sobrevivimos.
Cierra el centro, exhausta pero victoriosa. La agenda estuvo llena, hubo clientes desesperados, algunos no llegaron y otros exigieron lo imposible… Pero un año más, el San Valentín de la estética fue todo un espectáculo.
Yo la espero en casa con su cena favorita y un masaje prometido.
— ¿Cómo estuvo el día? — pregunto.
— Caótico, pero rentable. — responde con una sonrisa.
Y así termina otro 14 de febrero en la vida de una esteticista.