En el centro de estética pasan muchas cosas grandes: inversiones, cambios de aparatología, reformas, nuevas técnicas… Pero las que más nos marcan, las que nos arrancan una sonrisa que dura días, son siempre pequeñas. Pequeñísimas. Como un ramito de flores.
Desarrollo:
Era una tarde tranquila de miércoles. Laura estaba terminando un tratamiento facial a una clientita muy especial: Lucía, una niña de 9 años que venía con su mamá desde hacía meses para “hacerse la limpieza como las grandes”. Siempre muy calladita, observadora, con una dulzura que te desarma.
Ese día, cuando terminó su mini tratamiento, se bajó de la camilla, salió de la cabina… y volvió con un ramo de flores silvestres, de esos que parecen recolectados con amor en la vereda más olvidada del barrio. Se lo extendió a Laura y le dijo:
—“Es porque me hacés sentir linda… y feliz.”
Laura se quedó en silencio. La emoción le apretó el pecho. Y todos, incluso las clientas en espera, se quedaron mirándola como si alguien hubiese hecho un gesto mágico en medio del salón.
Ese ramito, chiquito, desprolijo, lleno de margaritas y pasto, está todavía seco, colgado en un frasco al lado del espejo. Y cada vez que lo vemos, recordamos por qué hacemos lo que hacemos.
Aprendizajes de esta historia:
- Las pequeñas acciones generan grandes emociones: Un gesto sencillo puede valer más que una campaña entera de fidelización.
- El valor del reconocimiento sincero: Lo que se hace con amor, se nota. Y cuando vuelve como gratitud, se multiplica.
- Conectá con la emoción del servicio: No es solo estética. Es bienestar. Es autoestima. Es ternura en acción.
- Celebrá los momentos cotidianos: Guardá los recuerdos, compartilos con el equipo, convertilos en anclas emocionales.
Reflexión final:
En este trabajo, la alegría no siempre viene con bombos y platillos. A veces llega en forma de una flor arrugada, una sonrisa tímida o un “gracias” que apenas se escucha. Y ahí está la magia: en reconocer la grandeza de lo pequeño.